Es difícil aceptar los defectos ajenos y más todavía los propios.
Muchos tratan de ocultar o ignorar sus propios defectos lo cual significa ya un rechazo o negación de los mismos. No hay peor ciego que quien no quiere ver.
Una plausible aunque rara y escasa virtud es reconocer los propios defectos descarnadamente, sin atenuantes, sin tapujos.
Pero ¡cuidado! Un sutil y disimulado orgullo se esconde tras algunas sinceras confesiones públicas o privadas, de los propios errores.
La humildad es la verdad. Pero no siempre la verdad se dice con humildad. Y la verdad que no se reconoce y expresa humilde y sencillamente, no es verdad auténtica sino disminuida o distorsionada.
¿Por qué será tan difícil ser humildemente veraz y verazmente humilde?
Quienes se enojan consigo mismos por sus propios defectos y debilidades, deberían saber que todos nuestros errores son las piedras y abrojos del camino, que nos enseñan a caminar siempre con los ojos abiertos y a no creer que estamos libres de tropiezos y caídas.
Es mejor caer o haber caído, que considerarse inmune a errores y dislates.
Darío Lostado
(Tu Vida Tiene Sentido)
Hola Darío, hola Guille,
ResponderEliminareste artículo aunque sencillo, no le falta peso, y es que lo sencillo es el peso que necesitamos, al hablar se nos ven nuestros defectos y que tan bien dices, no reconocemos o los reconocemos "pseudo-humildemente", y para esto no hace falta ejemplos, a mi me basta con verme funcionar día, a día, y ver que funciono así, pero bueno, poco a poco dándose cuenta cada vez que sucede, parece que va perdiendo importancia el mostrarse de cierta manera, aunque reconozco que hay mucha ignorancia de ser y que lo que más hay es palabrería, palabrería toda la que quieras...y más (en mi), jejeje.
Os envío un fuerte abrazo a los dos, con mucho cariño desde lo más humilde que me pueda mostrar...