Jamás he tenido la sensación de la que la liberación tuviese algo que ver conmigo, con el personaje que el mundo conoce como Jeff. Jamás me he considerado nada especial.
Porque eso fue, de hecho, lo que desapareció, la sensación de que Jeff era algo especial. ¡Pero el descubrimiento más sorprendente fue que la libertad que tanto había estado buscando no tenía nada que ver conmigo! No tenía nada que ver con lo que, hasta entonces, había hecho o dejado de hacer. Nada que ver con el esfuerzo, nada que ver con el logro y nada que ver con añadir algo al buscador. Nada de eso, absolutamente nada. El buscador acabó, de una vez por todas, destruído.
Aquí no hay nada que defender. Yo no escribo ni hablo con la intención de demostrar la "adecuación" de mi visión de la no-dualidad, signifique eso lo que signifique. No tengo la menor necesidad de afirmar ni prometer nada sobre la transmisión de este mensaje, porque jamás lo he considerado "mío". Yo no necesito contrastar ni comparar esta visión con ninguna otra. No tengo la menor necesidad de condenar a los maestros por no estar tan "despiertos" o no ser tan "no-dualistas" como yo, signifique eso lo que signifique. Esto no es una competición ni una guerra, es el amor incondicional. Y nadie, aunque pudiera, quiere poseerlo. Es demasiado precioso para ello.
Y eso, en mi opinión, nos obliga a ser humildes. Quizás la humildad sea el "rasgo distintivo" de la liberación. Yo sólo puedo hablar de la experiencia. Jeff, como ves, se ve continuamente humillado gracias a este juego divino, absurdo y precioso, ante la sorpresa de lo que es. Y sabe perfectamente que sus palabras se asemejan mucho, en este sentido, al maullido de un gato o al ladrido de un perro. Forman sencillamente parte de la canción del Ser, de la danza divina entre la totalidad y una nada que se manifiesta en todo, como todo y como nada que, cada mañana, canta y resplandece desde el cepillo de los dientes, desde el pescado con patatas fritas que cruje mientras lo mastico en la playa, desde la cálida brisa de otoño que acaricia suavemente mis mejillas y también, obviamente, desde la mierda de perro que piso al volver a casa ensuciando mis zapatos nuevos.
La vida discurre, pero no hay nadie a quien le ocurra. Y cuando no hay nadie, tampoco hay nadie de quien deba defenderme o ante quien deba presumir de mi comprensión o de mi expresión. No hay nadie aquí entonces que pueda seguir creyéndose todo esto, nadie que pueda cuidar de lo que el mundo piensa o deja de pensar sobre ellos o sobre su "mensaje".
Nada que defender... ésta es la esencia fundamental que este libro trata de transmitir.
Jeff Foster
(Una Ausencia muy Presente)
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