Para entender lo que sigue, el lector debe permitirse -ahora y en cada lectura posterior- alcanzar un estado mental adecuado. Se os pide -transitoriamente, por supuesto- que dejéis de lado todas vuestras opiniones filosóficas, religiosas y políticas, y que seáis casi como los niños, que no saben nada. Nada, eso es, excepto que realmente oís, veis, sentís y oléis. Suponed que no estáis yendo a ningún lado salvo aquí, y que nunca hubo, hay ni habrá otro tiempo salvo el presente. Simplemente sed conscientes de lo que en realidad es, sin atribuirle nombres y sin juzgarlo, puesto que estáis palpando la realidad misma y no las opiniones sobre ella. No tiene sentido tratar de suprimir los borbotones de palabras e ideas que transitan por la mayoría de los cerebros adultos, de modo que si no se detienen, dejadlas seguir como quieran y escuchadlas como si fuera el sonido de tráfico o el cloqueo de las gallinas.

Dejad que vuestros oídos oigan lo que quieren oír, dejad que vuestros ojos vean lo que quieran ver; dejad que vuestra mente piense lo que quiera pensar; dejad a vuestros pulmones respirar a su propio ritmo. No esperéis ningún resultado especial, puesto que en este estado desprovisto de palabras e ideas, ¿dónde puede existir pasado o futuro, y dónde alguna noción de propósito? Deteneos, mirad y escuchad... y permaneced aquí un momento antes de proseguir la lectura. Alan Watts (El camino del Tao)


9 jun 2010

¿QUIÉN ES QUÉ? (tercera parte y última)


EL JUEGO DE LA UNICIDAD EN LA DUALIDAD

Si el noúmeno quiere mirarse a sí mismo (ahora estamos conceptualizando, por supuesto), no puede hacerlo sin objetivarse en forma de fenómenos. El noúmeno, al ser subjetividad pura, no puede verse a sí mismo como noúmeno. La manifestación fenoménica, por tanto, no es algo que está fuera, "proyectado" por el noúmeno, sino que es una objetivación como manifestación de él mismo en sí mismo.


Cuando en el noúmeno se agita la consciencia adquiriendo ser, y surge allí el sentido de presencia (Yo soy), aparece al mismo tiempo el sentido de dualidad, el conocedor y lo conocido, el que experimenta y lo experimentado. Pero la dualidad es sólo aparente y no real, porque la unicidad esencial no se puede dicotomizar. Los dos aspectos (la Consciencia en reposo -nouménicamente- y la consciencia en acción -fenoménicamente) no se disgregan ni se unen mutuamente, porque el aspecto dual surge únicamente como concepto. Shiva (el noúmeno) existe en la agitación de la Consciencia porque tal actividad no tiene más fuente que Shiva; y la actividad misma, la manifestación y el funcionamiento (Shakti) tiene lugar en y dentro de Shiva (el noúmeno). La dualidad no es más que una ilusión, un concepto que no afecta ni puede afectar a la unicidad de lo absoluto. ¡No se ha de olvidar que la creación conceptual del universo no es más que "el hijo de una mujer estéril"! Si la dualidad fuera real, cada una de las dos partes tendría una naturaleza propia distinta de la de la otra. Por tanto, la aparición y la desaparición de la dualidad aparente son, ambas, una ilusión que se prolonga ilimitadamente, momento tras momento, sin interrupción. La identidad esencial es innata.
El noúmeno y los fenómenos (o cualesquiera otras palabras que denoten estas condiciones relativas) no son más que nombres que debemos usar para comunicarnos en el estado dual, después de tener lugar la manifestación. Sólo son dos palabras que se usan para describir los dos estados concebidos en el concepto, pero que no pueden alterar la unicidad básica a la que no afectan en absoluto. Pueden levantarse o caer las olas, pero la extensión de agua, como tal , no resulta afectada. La aparición y la desaparición de los fenómenos manifestados en loa Consciencia representa el juego de Shiva (lílá), según el punto de vista tradicional hinduista. Si bien, a efectos de un estudio analítico, se pueden tratar como distintos, el jñána y el bhakti son, en realidad, dos aspectos dfe una misma unidad fundamental. Por eso, al principio de su célebre tratado de filosofía advaita titulado Amritánubhava (la experiencia inmortal), el santo y poeta de Maharashtra, Jnanesvara Maharaj, rinde pleitesía "con la máxima humildad" a esta dualidad aparente de Shiva- Shakti, para que puedan divulgar su naturaleza verdadera (es evidente que aquí "humildad" no significa lo contrario de "orgullo", sino la negación misma de una entidad separada que no puede ser orgullosa ni humilde, por la sencilla razón de que el verdadero conocimiento sólo puede aparecer cuando existe un vacío total).
Podemos entender ahora por qué Maharaj dice que la "consciencia" es el Dios supremo, al que es preciso propiciar con bhakti y con oraciones para que ello divulgue su naturaleza verdadera: limitada en el tiempo en su aspecto conceptual relativo, en lo que concierne al individuo, pero intemporal e inespacial y, por tanto, infinita y eterna, cuando no hay concepción. Una comprensión completa de su naturaleza verdadera aniquilaría al buscador mismo y lo disolvería en la paz eterna de la Consciencia en reposo, en la subjetividad pura, en ello. Toda la manifestación y su funcionamiento en la consciencia (lo que somos en la dualidad) es una simple apariencia, un lílá, como el reflejo del sol en una gota de rocío. La destrucción del reflejo no afecta al sol. La consciencia en acción es el lílá limitado en el tiempo que, al final del período que le corresponde, se funde con la Consciencia en reposo: la Conciencia infinita e incondicionada que no sabe de sí misma.


Ramesh S. Balsekar
(El Buscador Es Lo Buscado)


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