Sea cual sea el tema que se debate en una sesión, parece como si Maharaj procurara que el debate se ciñiera a la línea correcta de argumentación. Y cada vez que alguien formula una pregunta irrelevante, Maharaj la desecha, con firmeza pero con delicadeza, para volver a llevar la discusión al tema original.
Pero a veces Maharaj tiene que salir de la sala brevemente para algún asunto, y en uno de esos breves intervalos alguien se puso a hablar de cierto político que había aparecido de manera destacada aquella mañana en la prensa. La persona dijo que conocía en persona al político y que éste era un déspota engreído. Otra persona intervino al momento, contradiciendo al que acababa de hablar y afirmando que el hombre en cuestión era un perfecto caballero y que hablar mal de él era una calumnia. Cuando estaba a punto de entablarse una discusión entre los dos, regresó Maharaj y los dos guardaron silencio.
Sin embargo, Maharaj advirtió el silencio repentino y preguntó qué había pasado. Cuando le refirienron las opiniones contrapuestas, aquello le pareció muy divertido. Se quedó sentado en silencio durante unos momentos y después empezó a hablar. «¿Por qué esta diferencia de opiniones?» preguntó. Se debía a que la formación de la opinión se realizaba desde un punto de vista individual, y no desde una percepción integral. Ambas imágenes de una misma persona habían surgido en la imaginación de los espectadores; ambas eran por entero creaciones mentales suyas, sin relación esencial con el objeto, es decir, con la persona a la cual se suponía que se referían. Maharaj dijo que la creación de estas imágenes se debía al funcionamiento de la discriminación dualista: el «yo» y el «otro». Esto es, en efecto, lo que puede llamarse pecado original; esta dualidad (el «yo» y el «otro») es la esclavitud. Y si existe algo semejante a la liberación (en esencia no existe ningún individuo que esté esclavizado), se trata, en efecto, de la liberación de este concepto del «yo» y del «otro». Lo que es necesario -dijo Maharaj- es dejar de hacer juicios conceptuales precipitados de las cosas comno objetos, y volver nuestra atención hacia la fuente subjetiva. Nos pidió que «revirtiéramos» nuestra atención, que volviésemos al estado de la primera infancia, que pensásemos incluso en lo que éramos antes de que naciera este complejo cuerpo-mente, para que dejásemos de conceptualizar constantemente sobre los demás y de enredarnos en simples imágenes mentales..
Llegado este punto, un visitante dijo: «si, Maharaj, veo claramente lo que quieres decir. Pero ¿cómo apartarnos de esta conceptualización continua, que parece ser la trama y la urdimbre misma de nuestra vida consciente?»
Maharaj miró fijamente al que había hecho la pregunta y, casi antes que hubieran terminado de traducírsela al marathi, comentó: «¡Tonterias! No es posible que me hayas entendido en absoluto. Si me hubieras entendido no te surgiría esa pregunta».
Explicó a continuación el proceso de la objetivación. Todo lo que perciben tus sentidos y los que interpreta tu mente en una apariencia en la consciencia, extendida en el espacio-tiempo y objetivada en un mundo que el objeto cognoscente (es decir, tú) considera separado de sí mismo. Y en esto estriba todo el error: en este proceso la percepción no es total.
Lo necesario es ver global e íntegramente, no ver con la mente individual, que es una mente dividida, sino ver desde dentro, ver desde la fuente; no ver desde la manifestación como fenómeno sino desde la fuente misma de toda visión. Entonces, y sólo entonces, habrá percepción total y visión y aprehensión correctas.
Maharaj concluyó diciendo que lo que había dicho tenía una importancia vital y que precisaba reflexión y meditación (manama), no un mero debate verbal.
Ramesh S. Balsekar
(El Buscador Es Lo Buscado)
No hay comentarios:
Publicar un comentario